"...La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar..." Para leer el libro completo, haz clic aquí

domingo, 18 de julio de 2010

La Compasión y el Individuo (por Dalai Lama)

Llamamos compasión a la capacidad de sentirnos próximos al dolor de los demás y la voluntad de aliviar sus penas, pero a menudo somos incapaces de llevar a la práctica lo que nos proponemos, y esa hermosa palabra muere sin haber dado sus frutos.

¿Qué es la compasión? La compasión es el deseo de que los demás estén libres de sufrimiento. Gracias a ella aspiramos a alcanzar la iluminación; es ella la que nos inspira a iniciarnos en las acciones virtuosas que conducen al estado del buda, y por lo tanto debemos encaminar nuestros esfuerzos a su desarrollo.

Si deseamos tener un corazón compasivo, el primer paso consiste en cultivar sentimientos de empatía o proximidad hacia los demás. También debemos reconocer la gravedad de su desdicha. Cuanto más cerca estamos de una persona, más insoportable nos resulta verla sufrir. Cuando hablo de cercanía no me refiero a una proximidad meramente física, ni tampoco emocional. Es un sentimiento de responsabilidad, de preocupación por esa persona. Con el fin de desarrollar esta cercanía es necesario reflexionar sobre las virtudes implícitas en la alegría por el bienestar de los otros. Debemos llegar a ver la paz mental y la felicidad interna que se deriva de ello, al mismo tiempo que reconocemos las carencias que provienen del egoísmo y observamos cómo este nos induce a actuar de un modo poco virtuoso y cómo nuestra fortuna actual se basa en la explotación de aquellos que son menos afortunados.

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Amor-Bondad

Al igual que la compasión es el deseo de que todos los seres queden libres de sufrimiento, el amor-bondad es el deseo de que todos disfruten de la felicidad. Como en la compasión, el cultivo del amor-bondad debe comenzar tomando a un individuo específico como centro de la meditación, y luego ir extendiendo el alcance de nuestra preocupación hasta que este llegue a abrazar a todos los seres vivos. De nuevo, debemos empezar eligiendo a una persona neutral, a alguien que no nos inspire fuertes sentimientos, como objeto de nuestra meditación; luego lo ampliaremos a personas que forman nuestro círculo familiar o de amigos y, por último, a nuestros enemigos.
Debemos usar a un individuo real como centro de nuestra meditación, y después volcar toda nuestra compasión y benevolencia en esta persona para poder experimentar ambos sentimientos hacia otros. Hay que trabajar con una persona en cada ocasión, ya que, de otro modo, la meditación adquiriría un sentido muy general. Cuando relacionamos esta meditación específica con individuos que no son de nuestro agrado, podríamos pensar: «Oh, es solo una excepción».

Meditar sobre la Compasión

Si nos mueve el sincero deseo de desarrollar la compasión, es preciso que dediquemos más tiempo a ello del que requieren las sesiones de meditación habituales. Es un objetivo al que debemos comprometernos con todo nuestro corazón. Si disponemos de un período de tiempo diario para sentarnos y dedicarnos a la contemplación, perfecto. Como ya he sugerido, las primeras horas de la mañana son ideales para ello, ya que en esos momentos nuestras mentes se encuentran especialmente claras. Sin embargo, la compasión requiere una dedicación mayor. Durante las sesiones más formales podemos, por ejemplo, trabajar en la empatía y la proximidad hacia otros, reflexionar sobre su desdichada situación. Una vez que hemos generado un genuino sentimiento de compasión en nosotros mismos, debemos aferramos a él, limitándonos a observarlo, utilizando la meditación contemplativa que he descrito para mantenernos centrados en ello, sin aplicarle ningún razonamiento. Esto ayuda a enraizar esta actitud; cuando el sentimiento comienza a debilitarse, aplicamos de nuevo razones que vuelvan a estimular nuestra compasión. Nos movemos entre ambos métodos de meditación, al igual que los alfareros trabajan la arcilla, primero humedeciéndola para luego darle la forma que necesitan.
Normalmente es mejor no dedicar mucho tiempo al principio a la meditación formal. En una noche no generaremos compasión por todos los seres vivos, ni tampoco en un mes o en un año. Solo con ser capaces de reducir el alcance de nuestros instintos egoístas y desarrollar un poco más de inquietud por los otros antes de morir, ya podremos decir que hemos aprovechado esta vida. En cambio, si nos empeñamos en conseguir el estado del buda en poco tiempo, pronto nos cansaremos. La mera visión del lugar donde nos sentamos para meditar estimulará nuestra reasistencia.

Luchar por Perfeccionar Nuestra Virtud y Nuestra Sabiduría

La verdadera compasión posee la intensidad y la espontaneidad de una madre cariñosa que sufre por su bebé enfermo. A lo largo del día, todos los actos y pensamientos de la madre giran en torno a su preocupación por el niño. Esta es la actitud que deseamos cultivar hacia todo ser. Cuando la experimentemos, habremos alcanzado ya la "gran compasión".
Cuando alguien consigue sentir esa gran compasión y la bondad que la acompaña, cuando su corazón se agita en pensamientos altruistas, puede emprender la tarea de liberar a todos los seres del sufrimiento que soportan en su existencia cíclica, el círculo vicioso de nacimiento, muerte y renacimiento del que todos somos prisioneros. El sufrimiento no se limita a nuestra situación actual. De acuerdo con el enfoque budista, nuestra situación actual como humanos es relativamente cómoda. Sin embargo, si echamos a perder esta oportunidad, nos arriesgamos a experimentar muchas dificultades en el futuro. La compasión nos permite evitar el pensamiento egocéntrico. Experimentamos una gran alegría y nunca caemos en el extremo de buscar solo nuestra felicidad o salvación personales. Luchamos a todas horas para desarrollar y perfeccionar nuestra virtud y nuestra sabiduría. Con ese nivel de compasión, llegaremos a poseer todas las condiciones necesarias para alcanzar la iluminación. Por lo tanto, la compasión debe ser nuestro objetivo desde el inicio del viaje espiritual.
Hasta el momento, hemos tratado de las prácticas que nos permiten frenar las conductas poco íntegras. Hemos discutido cómo trabaja la mente y cómo debemos trabajar en ella de la misma forma en que lo haríamos sobre un objeto material, aplicando ciertas acciones con el fin de provocar los resultados deseados. Reconocemos que el proceso de abrir nuestro corazón no es diferente. No hay ninguna receta mágica que haga brotar la compasión o la bondad; hay que dar forma a nuestra mente de manera hábil, y con paciencia y perseverancia veremos cómo crece nuestra preocupación por el bienestar de los otros.

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